
He notado la tendencia en aumento de humanizar a los perros, como si fueran un integrante más de la casa o incluso, como si fueran El integrante fundamental de un hogar. Si antes los perros mínimos eran adoptados por parejas gays o solteronas al pedo, ahora la humanización can se extinguió a cualquier hogar tipo.
Considero atroz el hecho de ponerles nombres de seres humanos a las mascotas. No comprendo la necesidad de malgastar nuestros nombres en un animal de cuatro patas al cual le da lo mismo llamarse “Martina” que “Tina” o simplemente “Pichicha”. Por esta razón dentro de unos años pondremos a nuestros hijos, “Campeón”, “Sultán”, “Blacky”, “Toby” o “Blanquito”, para diferenciarlo de nuestra mascota “Camila”.
Es por demás de indignante el constante interés en disfrazar al pobre pichichus , si pudieran hablar estos bichos demandarían a sus dueños por daños psíquicos irreparables. Acepto el polar en pleno invierno cuando tu mascota es medio pelada, pero ponerle un Tu-Tu a un caniche Toy es demasiado.
El pobre animal es sólo eso, un animal.
No es un regalo de “Perdón” de una novia pelotuda, cuestión que el novio a los tres meses y luego de perder el octavo par de zapatos masticados termina regalándolo a la señora de la limpieza.
No es un juguetito que uno regla para el día del niño, con el objetivo que tu hijo lo adopte como nueva “Barbie” y le aplique raros peinados nuevos o lo lance por el balcón.
No es una bolsa de agua caliente que deba introducirse en tu cama con el objeto de que tu cama se vea no tan vacía y con un poco de tibieza.
No es un psicoanalista, cuestión que le animal tiene la función de levantarte el ánimo cada vez que llegas deprimido de la vida.
No es una cartera Louis Vuitton que uno saca a relucir con las amigas a un bar o un teatro.
Ante tanta pelotudez canina me quedo con lo que decía una amiga, que no logra enternecerse ni con un perro lanudo de 6 meses moviéndole la colita:
“Los únicos animales que entran en mi casa son los que están colgados en una percha o descansando en la heladera”.
Considero atroz el hecho de ponerles nombres de seres humanos a las mascotas. No comprendo la necesidad de malgastar nuestros nombres en un animal de cuatro patas al cual le da lo mismo llamarse “Martina” que “Tina” o simplemente “Pichicha”. Por esta razón dentro de unos años pondremos a nuestros hijos, “Campeón”, “Sultán”, “Blacky”, “Toby” o “Blanquito”, para diferenciarlo de nuestra mascota “Camila”.
Es por demás de indignante el constante interés en disfrazar al pobre pichichus , si pudieran hablar estos bichos demandarían a sus dueños por daños psíquicos irreparables. Acepto el polar en pleno invierno cuando tu mascota es medio pelada, pero ponerle un Tu-Tu a un caniche Toy es demasiado.
El pobre animal es sólo eso, un animal.
No es un regalo de “Perdón” de una novia pelotuda, cuestión que el novio a los tres meses y luego de perder el octavo par de zapatos masticados termina regalándolo a la señora de la limpieza.
No es un juguetito que uno regla para el día del niño, con el objetivo que tu hijo lo adopte como nueva “Barbie” y le aplique raros peinados nuevos o lo lance por el balcón.
No es una bolsa de agua caliente que deba introducirse en tu cama con el objeto de que tu cama se vea no tan vacía y con un poco de tibieza.
No es un psicoanalista, cuestión que le animal tiene la función de levantarte el ánimo cada vez que llegas deprimido de la vida.
No es una cartera Louis Vuitton que uno saca a relucir con las amigas a un bar o un teatro.
Ante tanta pelotudez canina me quedo con lo que decía una amiga, que no logra enternecerse ni con un perro lanudo de 6 meses moviéndole la colita:
“Los únicos animales que entran en mi casa son los que están colgados en una percha o descansando en la heladera”.
Imagen: Arte boliviano
((Dedicado a Tano Y Rafa por los premios que me otorgaron))