
Siguiendo con la tradición más antigua de nuestro pueblo argentino, hemos repatriado otra festividad que no tiene nada que ver con nuestra tierra, pero que igualmente nos hace gastar dinero, tiempo y otras yerbas.
Si señores, hoy tengo mi primer fiesta Halloween, obviamente con disfraces o “algún motivo” de brujas, para aquellos que pusimos cara de ogro cuando fuimos invitados.
“La idea es crear un clima festivo pero de penumbras y miedo” (sic)
Es decir, no vale llevar el disfraz que solemos recauchutar todos los años para de nuestro querido carnaval: gitana, mujer maravilla o colegiala (recapturando algún odiado delantal del secundario), no, la idea es vestirse de Halloween, y festejar…
¿qué festejamos?
No lo sé.
No me importa.
Solo sé que la ciudad se tiñe de un naranja insoportable con figuras de calazas y fantasmas, brujas y calaveras que lejos de dar miedo, deprimen.
Pacientemente estoy esperando que llegue a este lugar el “día de acción de gracias”, que hasta donde mi cultura yankee pochoclera de películas los sábados a la siesta encerrada con aire acondicionado y ventilador, a fin de evitar insoportables 44º en esta agradable ciudad, me permite decir, es una festividad mucho más copada, simplemente consiste en juntarse con amigos o familia y comer un pavo hasta que el botón del pantalón pida a gritos ser desabrochado.
Pero no, por el momento aún debemos esperar las fiestas para poder probar algún pavo.
Así que simplemente esta noche de miedo y terror al ritmo de reggeton, voy a ir vestida de TucuMala, y antes que otro haga la broma obvia y decadente, me pasaré toda la noche repitiendo:
“Soy sólo una bruja”.-
Imagen: di prieto patricia